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El Papa a las Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón: sean madres para el mundo
Humildad, adhesión a Jesús, ternura: estos son algunos de los rasgos que Francisco, en un mensaje, indica a las Hermanas que el 8 de agosto de 2021 celebrarán el centenario del nacimiento al cielo de su fundadora, la beata María Margarita Caiani.
Comienza hoy un año jubilar en la memoria litúrgica de la beata María Margarita Caiani, religiosa toscana fallecida el 8 de agosto de 1921, después de haber dado nacimiento a la Congregación de las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón dedicada a la formación de la juventud y al cuidado de los enfermos. En 2021, pues, se cumplirán cien años de que la Familia, nacida e inspirada por la beata, vive y trabaja, y Francisco, en vista de este importante aniversario, escribe sus deseos a sus hijas espirituales, para acompañarlas en la preparación del año jubilar. En primer lugar, la suya es una recomendación para encarnar, en el presente, la especificidad del carisma, «perfumando el mundo con el don de la vida», y así afrontar los nuevos retos sin encerrarse en el pasado.
«Mi deseo es que este año – escribe el Papa – sea una ocasión para que toda la Congregación recuerde la vida y las enseñanzas de la Fundadora, así como estos casi ciento veinte años de camino, mirando también a los desafíos del futuro. Es una gracia tener un corazón agradecido y reconciliado con el ayer y los ojos llenos de esperanza en el mañana; ¡ay de refugiarse en un pasado que ya no es o en un mañana que aún no es, huyendo del hoy en el que estamos llamados a vivir y a trabaja! Este aniversario les llama a encarnar en nuestro tiempo las especificidades de su carisma. Que el Espíritu Santo, que lo suscitó a principios del siglo pasado, les dé la fuerza para redescubrir su frescura y la capacidad de seguir perfumando el mundo con el don de su vida”.
El estilo de la pequeñez
En el mensaje el Santo Padre se detiene en el nombre, «franciscanas mínimas del Sagrado corazón», y dice:
La Madre Caiani, llamándoles Mínimas, quiso resaltar cómo debe ser el estilo de su vida: el estilo de la pequeñez. Esto se confirmó con el injerto del Instituto en el árbol de la gran familia franciscan: se colocaron en la escuela de San Francisco para seguir mejor al Señor, que «se hizo pequeño, eligió este camino», el de “humillarse y humillarse hasta la muerte en la cruz».
Se trata, dice el Pontífice, de un camino “que hay que recorrer todos los días”: un sendero estrecho y arduo, que, si uno lo sigue hasta el final, «la vida se vuelve fructífera», como lo fue «para la Virgen María, mirada por el Altísimo precisamente porque era humilde, pequeña», convirtiéndose así «en la Madre de Dios».
Una vida en perfecta unión con Dios
Las hermanas de la Madre Caiani son «Mínimas» y «del Sagrado corazón». En esta segunda especificación Francisco señala dos rasgos: la ternura, propia del amor cercano y concreto con el que Jesús ama, y luego la pertenencia. El Papa escribe:
«El Señor les ha donado la vida, les ha generado la fe y les ha llamado a sí en la vida consagrada atrayéndoles a su corazón. Esta pertenencia se manifiesta de una manera particular en la oración. Toda nuestra vida está llamada, con la gracia del Espíritu, a convertirse en oración. Por eso debemos permitir que el Señor permanezca siempre unido a nosotros. Y así nos transforma, día tras día, haciendo nuestro corazón cada vez más similar al suyo”.
Así, dice Francisco, «sea su vida»: en perfecta unión con Dios. Que su “ir al Señor”, sea “lleno de alegría, la alegría del niño que corre a sus padres para abrazarlos y besarlos”. “Impulsadas por el Sagrado Corazón -añade – , serán madres para los hermanos y hermanas que encuentren de la cuna a la tumba, como decía la Beata María Margarita. Anunciarán con alegría que el Señor siempre nos mira con misericordia, tiene un corazón misericordioso”.
Gestos capaces de hacer el mundo más bello
Francisco también habló del carisma de las religiosas que tiene “una dimensión reparadora”: “ustedes, con sus oraciones y sus pequeños gestos, siembran en el campo del mundo la semilla del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas”. Y recordó, por último, las numerosas obras de las religiosas en países como Italia, Brasil, Egipto, Sri Lanka y Belén: “gestos”, dice el Papa, “capaces de hacer el mundo más bello, de iluminarlo con un rayo de amor de Dios”.