Ya nos encontramos en el último mes del año, donde las actividades religiosas y sociales definen el comportamiento de las personas.

Por un lado, ya comenzamos el adviento (del latín Adventus “espera”), que no es más que el tiempo en el que iniciamos la preparación espiritual del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

Y por el otro lado, observamos todo un movimiento festivo y decorativo en las instituciones del Estado, en las empresas privadas, en las comunidades urbanas y rurales, reflejando con ello la alegría y el gozo por verse aproximada la Navidad.

Es interesante observar cómo existe toda una cultura celebrativa a nivel general en torno a los acontecimientos navideños. Por eso, a un mismo compás, las personas colocan luces, compran el árbol de Navidad, hacen intercambios de regalos y buscan las formas de salir de la rutina.

Porque lo importante, en definitiva, es reunirse con sus familiares y amigos. Crear un ambiente agradable, amistoso y placentero, pues, como la mayoría de los meses están concentrados en trabajos y obligaciones, las personas buscan, cuando se acerca diciembre, dejar atrás el estrés y el agobio cotidiano, para abrir espacio para la armonía, la tranquilidad y la paz con sus semejantes.

Ahora bien, sabemos que el sentido pleno y real de esta alegría, tiene su raíz en la espera gozosa del Hijo de Dios, ya que, nada tendría sentido sin el nacimiento de Jesucristo.

Es decir, todas las fiestas, diversiones y eventos preparados a nivel social, no pueden hacer que se nos olvide que sin Jesús, no hay Navidad, que sin la Encarnación no hay salvación.

Que detrás del espectáculo y del júbilo momentáneo, preparamos el hecho más grande que ha transcurrido en la historia: la llegada del Mesías, Cristo, el Emmanuel (Dios-con-nosotros).

Por el valor sublime de adviento, siempre es bueno recordar y actualizar el misterio de la llegada de Jesús. Tener presente que las emociones exteriores son pasajeras, pero el Maestro, el niño Dios, viene habitar en el corazón de cada hombre y de cada mujer.

El llega a traer la esperanza verdadera, la luz de la gracia y la paz que viene de lo alto. De igual manera, su llegada sana los corazones heridos, fortalece las voluntades humanas y renueva nuestros deseos por un mundo y una humanidad más solidaria.

Lo que quiere decir entonces, que lo exterior que se plasma en los lugares visibles, debe provocar que la mirada se dirija también a nuestro interior, que es el lugar done habla Dios.

Que el adviento nos ayude a preparar la Navidad y que el próximo nacimiento de Jesucristo, sea una oportunidad nueva para renovar el optimismo, la esperanza y la caridad.

Que no nos quedemos en lo pasajero, tampoco en los elementos etéreos y superficiales de estos tiempos, que podamos tocar fondo, para agregar y redescubrir lo valioso que existe en nosotros, no solo a nivel humano, sino en el ámbito espiritual, para encontrarle sentido a todo lo que somos y tenemos…

Tomada del muro de Facebook del Padre Luis Alberto De León Alcántara.

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