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1era Conferencia cuaresmal “Llamado a la conversión, restableciendo la relación con Dios”

1era Conferencia cuaresmal “Llamado a la conversión, restableciendo la relación con Dios”

“Llamado a la Conversión, Restableciendo la Relación con Dios” fue el tema que diserto el Padre Marco Ant. Pérez Pérez durante la primera conferencia cuaresmal realizada en Catedral Nuestra Señora del Rosario y transmitida por Radio enriquillo 93.7 F.M en su programación especial “Semana Santa: Medio Ambiente y Familia”.

Iniciamos una serie de conferencias “cuaresmales” esta noche en el marco de esta semana santa 2021, todavía bajo la prueba de pandemia del Covid-19, que el pasado año nos impidió realizarlas. Esta es la primera de las tres que solemos ofrecer a los hombres de la cuidad, de la Diócesis de Barahona, de  otras partes a través de nuestra emisora y sus medios digitales. Esta vez hemos querido que también las mujeres participen unidas a los hombres en este espacio. Nos sentimos honrados con la presencia de la mujer que complementa al hombre y viceversa. Ambos tienen un origen común, imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn. 1,27).

El tema de esta primera conferencia es “restaurar las relaciones del Hombre con Dios”. El concepto de Hombre es el que usa normalmente la Iglesia e incluye la diferencia de los géneros. Así lo emplearemos aquí. “Restaurar” hace referencia a reparar, poner de nuevo algo en su primitivo estado. La obra original de Dios se rompió desde que Adán y Eva desobedecieron  la orden que él  les impuso para el uso correcto de las cosas en el paraíso (Cfr. Gn. 3,1-19).

 De ahí parte la ruptura de las sucesivas alianzas que Yavè-Dios había establecido con su pueblo Israel y que quiso restaurar siempre (Cfr. Jr. 31.31-34) y sólo lo logra por la alianza nueva sellada definitivamente por la sangre de Cristo derramada en la cruz (Cfr. Mc. 14,24-25).  “Alianza” nos remite a la relación del hombre con Dios. Vamos, pues, a tratar este tema desde este punto de vista.

  1. Relación interpersonal entre el hombre y la mujer.

 Dios ha establecido una primera y fundamental relación al presentarle la mujer al varón.  Así, el primer tipo de relación que Dios privilegia es la del hombre y la mujer. Es un tipo de relación interpersonal mediada por el dialogo, el amor y la  ayuda mutua. La soledad del hombre se sintió al principio, pero se suavizó y llenó de alegría cuando Dios le crea la compañera (Cfr. Gn. 2,21-25). No ha de obviarse que estamos frente a una relación de amor interpersonal, intersubjetiva y de intercambio de vida; basada en la acogida y el respeto entre  hombre y mujer.

Los proyectos de vida son compartidos, en igualdad de condiciones por la dignidad personal que cada uno lleva impresa desde el origen del mundo. Pero diferentes en su identidad, personalidad y características propias. Las relaciones del hombre y la mujer son de complemento, no de competencias; son de encuentro interpersonal donde el “yo busca al tú” y ambos van al TU (DIOS), como decía el pensador judío Martin Bubber. Son relaciones de “fraternidad y amistad social” como la llama la el Papa Francisco en su última encíclica “Fratelli Tutti” (todos hermanos).

  •  El hombre y su relación con la sociedad.

El hombre es un ser relacional, un ser social. Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad, no en soledad. No es un llanero solitario (Cfr. Gn. 2,18), sino un ser de naturaleza social, ciudadano de la polis, es decir, habitante de la humanidad, donde se generan unas relaciones amplias, a grandes escalas y plurales. A veces de armonía, fraternidad  y paz. Otras veces son relaciones de conflicto, egoísmo y violencia. Sin embargo, todos estamos llamados a convivir en sociedad, dando y recibiendo, superando las diferencias que rompen la “amistad social”, a la que invita el Papa Francisco (Cfr. FT, NN. 232-233).

Decía el filosofo griego Aristóteles que el “hombre que no vive en sociedad o es un animal o es un pequeño dios”. No es ni una cosa ni la otra en sí mismo. Es un ser que interconecta e interactúa con otros seres humanos y desde ahí vive, piensa, se proyecta y actúa en solidaridad y el bien   para con todos sus semejantes. Es decir, desde la dimensión social. La salvación de uno debe ser la salvación de todos, “sálvese quien pueda” no cabe en el lenguaje del hombre, que aspira a una sociedad inspirada en valores cristianos: justa, fraterna y solidaria.

El filosofo español Don José Ortega y Gasset dijo “yo soy yo y mis circunstancias”, si se quiere el hombre conjuga dos ámbitos intrínsecamente unidos como ser de relación, ser social que es. Uno es el de la personalidad, dignidad, identidad y libertad propia. El otro desde su ser social, su vida en comunidad, en la gran familia humana, en Iglesia, donde lo individual se enriquece y lo colectivo se engrandece. El hombre que da también recibe.

Vivir en sociedad nos descubre e impulsa  a salir de nuestro ego, para ir al encuentro de los demás y establecer con ellos unas relaciones de hermandad, justicia, solidaridad, fraternidad, paz, felicidad y bienestar común y compartido.

El Papa Francisco es reiterativo en un ideal suyo que él llama “la cultura del encuentro”. A este ideal  ha de conducir la vida del hombre en sociedad. Cuando se comparte en sociedad se expande el bien, cuando se vive sólo para sí mismo se expande el mal.

 El sociólogo alemán Emily Durckeim decía que “el hombre es un ser para la sociedad”, vive para la sociedad. Si se entiende en positivo es verdad, pero cuidado, la sociedad no puede ahogar al hombre. Mejor dicho, el hombre no se puede dejar ahogar por la sociedad, pues no cabe que pierda su identidad y su referencia a sí mismo, ni su referencia a Dios su Creador y Padre, porque entonces desfigura su imagen y su dignidad de persona se difumina y se pierde. La sociedad construye, pero también destruye.

Las ideas, sistemas políticos y económicos, las leyes, las corrientes de pensamiento contrarias a la vida, la dignidad humana, a la familia, a la fe y a los valores auténticos son una muestra de cómo si el hombre no sabe quién es él, de dónde viene y hacia dónde va, pierde su rostro,  su horizonte y su origen divino se oscurece, rompe consigo mismo y rompe con Dios.

  • Relación del hombre con Dios Creador y Padre.

La relación del hombre creado con el Creador es de dependencia y subordinación al amor de alianza. Esto es evidente. El Creador es más que la creatura.  Ciertamente entre el Creador y la creatura  existe una relación desigual. Dios y el hombre se sitúan en planos diferentes, la Divinidad y la humanidad relacional de ambos, pero  no se contraponen totalmente en cuanto que Dios mismo ha querido entrar en una relación personal, diálogo y amistad íntima y de encuentro con el  hombre.

En Cristo, Dios ha restaurado las relaciones rotas provocadas por el primer Adán. Por el pecado que fracturó la relación entre Dios Creador y el Hombre creado.

  • Cristo, restaurador de la relación filial del hombre  con Dios.

En Cristo, Dios se ha humanizado, el Verbo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (Juan 1,14). Sin dejar de ser Dios, Cristo se hace hombre para salvar al hombre. He ahí el gran misterio.  El Concilio Vaticano II nos dice que “sólo en Cristo se aclara el misterio del hombre” (GS, N.22). También el Papa Juan Pablo II dijo al inicio de pontificado en 1979, en su encíclica programática sobre la Redención del Hombre: “En el misterio de Cristo se revela plenamente el hombre al mismo hombre y  le descubre  la grandeza de su dignidad”. 

La relación del hombre con Dios es de filialidad.  “Philia” es el término griego que expresa la relación de padre e hijo. Las relaciones del hombre con Dios no son sólo de orden natural, sino sobrenatural. No son sólo de creatura, sino de hijo e hija: “A que creatura dijo jamás, hijo mío eres tú, o a qué creatura dijo, tú eres para un hijo y yo seré para Padre”(Hb 1,5).

El tema de la filiación divina, de la condición de hijo de Dios está muy presente en el Nuevo Testamento, pero también tiene amplitud de estudios de la teología bíblica. San Pablo nos ha dicho “antes eran esclavos, ahora son hijos en el Hijo por voluntad de Dios” (Gal. 4,6-7).

En el Bautismo recibimos la gracia y el don de ser hijos adoptivos de Dios. A partir de ahí la relación del hombre con Dios es de Padre e hijo. Hermosa relación. Cristo nos reveló quien es el Padre: “Nadie conoce al Padre, si no el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar”(Lc. 10,22).

Esta relación de Padre e Hijo no es cualquier tipo de relación. Que el hombre sea hijo de Dios es la dignidad más excelente que se pueda alcanzar. Porque el hijo es heredero de lo que el Padre tiene y Dios Padre tiene para sus hijos unos bienes muy grandes: los bienes del cielo, de la vida eterna, los de su Reino.

 Es una relación que se entrelaza con el amor infinito del Dios Amor (1Juan 4,8), es una relación de liberación (Gal. 5,5), una relación de perdón y reconciliación (Lucas 15,11-32); es una relación de redención y de salvación (Juan 3,14-16); es una relación de santidad (Mt.5,48); es una relación de felicidad (Mt. 5,1-12); es una relación de confianza y amistad íntima (Juan 15, 14-16); es una relación de conocimiento mutuo: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14,9); es una relación  de protección y cuidado tierno, compasivo, misericordioso.

Tener conciencia de que Dios es  Padre y que el hombre se sienta hijo debe generar en el corazón una corriente de alabanza, adoración, amor  reverencial, fidelidad y profundo sentimiento de gratitud: “Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha dado a conocer a la gente sencilla. Sí, Padre, Así te ha parecido bien, y Nadie conoce al Padre, Sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre y a quien el Padre se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Esta es la relación íntima de Jesús con su Padre, con quien es una misma cosa: El padre y Yo somos uno (Juan 17,21).

 La relación de Jesús y el Padre es de obediencia y fidelidad. Así ha de ser la relación del hombre con Dios. Fidelidad y obediencia a la voluntad de Dios, a la alianza de amor, a la Palabra de Dios, a sus mandatos,  sobre todo proteger y cuidar la vida del ser humano, desde su concepción hasta la muerte.

Por fidelidad y obediencia al Padre, Cristo sufrió la injusticia de los hombres, que se habían rebelado contra Dios y habían desobedecido sus órdenes, las que dio a Adán y a Eva en el paraíso transgrediendo su ley y su mandato y usando mal la libertad que el mismo Dios le había dado (Cfr. Gn. 3,1ss).

Por esta desobediencia y mal uso de la libertad se rompió la relación del hombre con Dios, alternado todo el orden creado, atentando contra la vida, separándose de la bondad y la felicidad para los que habían sido creados por amor y para el amor, para amar y ser amados. Esta ruptura con el Dios, origen de la felicidad del hombre, apareció el pecado en el escenario del mundo y de la historia generando una escala de consecuencias destructivas, de violencia  y de muerte. Porque la “paga el pecado es la muerte”(Rom. 6,23), sin embargo, Dios no abandonó al hombre a su suerte, sino que entregando a su hijo en el patíbulo de la cruz, derramando su sangre por todos, puso en paz todas las cosas, muriendo restauró la vida y resucitando nos dio nueva vida. En Cristo, Dios nos reconcilió y restauró todas las cosas (2 Cor. 2,20; Prefacio I de Pacua). 

Por medio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz, la vida del hombre vuelve como de la nada a  aquel origen del principio, el hombre es restaurado, reconciliado, sanado y  salvado. En Cristo, Dios ha levantado al hombre y lo devuelto a su origen primero, ahora es nueva creatura, hombre nuevo, lavado y justificado por la sangre del Cordero que se ofreció en sacrificio por amor al hombre en el altar de la cruz.

Un hombre nuevo para unas relaciones nuevas con Dios, los demás y la naturaleza. Un hombre nuevo para engendrar un mundo nuevo y una sociedad nueva donde reine la justicia, la fraternidad y amistad social. Donde reine la solidaridad, la verdad, la caridad, el amor y la paz. Un hombre nuevo que ama, cuida, valora y respeta la vida y la familia como bienes innegociables, inviolables, dignos de ser queridas por sí mismos, independientemente de cualquier condicionamiento humano.  

Con y desde Dios Creador y Padre y desde Cristo y Con Cristo todo empieza de cero, la vida cobra sentido, las relaciones de amor entre los hombres se restablecen. Es el mundo nuevo y la salvación nueva que florece y reverdece por el misterio redentor y restaurador de Cristo: su Pasión, Muerte y Resurrección. En definitiva en su Pusuca, paso de la muerte a la vida.

  • San José, el hombre virtuoso, y su relación  con Dios, el Hogar de Nazaret y del mundo del trabajo.

El pasado 8 de diciembre el Papa Francisco declaró un año jubilar para la Iglesia dedicado a San José y en su carta de publicación nos presenta una meditación de las virtudes de San José que para este tiempo  nos vienen muy bien.

La figura de San José aparece poco en el evangelio, pero suficiente para saber quién es él por dentro y por fuera, en su ser y actuar, en su relación como hombre de Dios y de su familia. El evangelio de Mateo 2, 18-25 lo presenta como un hombre con un proyecto de vida, a quien el mismo Dios sorprendió y le cambió el proyecto: tenía planes de casarse, pero Dios decide de otra manera con él y con María.  José pensó dejar a su prometida, pero antes se somete a la reflexión y al discernimiento. Es en este ambiente espiritual que él descubre lo nuevo del plan de Dios.

 El evangelio nos presenta la figura de José como un hombre discreto, justo, obediente, humilde y responsable. El estaba turbado, pero se mantuvo sereno, buscando la voluntad y la respuesta de Dios. Es a la luz de la fe y la oración que José halla la respuesta y acepta el nuevo proyecto de Dios para él y para su novia.

La figura de San José nos ayuda a saber buscar en todo lo que somos y hacemos la voluntad de Dios. San José nos ayuda a vivir la humildad, el espíritu de trabajo,  la corresponsabilidad  y a educar con nuestro ejemplo de vida. Pero también nos ayuda a forjar y cultivar estas virtudes en nuestra familia.

 José enseña a establecer familias sólidas e integradas por padres y madres e hijos, que se hacen solidarias y fraternas con otras familias menos estables y en precariedad (Cfr. Mensaje  de los Obispos Dominicanos para el 27 de febrero 2021, NN. 4-5), cooperando para crecer en las relaciones de amor sanador y restaurador entre tantas familias heridas y fracturadas por violencias y atropellos internos y externos.

CONCLUSION.

“Que quien haya sido herido, sea pronto sanado” por la gracia del perdón y la reconciliación con Dios,  demás y propia la familia. Que nuestra oración en esta semana santa sea mirar al que traspasaron en la cruz, pero por amor perdona y restaura las relaciones rotas del hombre con Dios Padre.  

 Nos preguntamos, ¿a qué reflexión nos llaman estos dos puntos como hombres y mujeres, cabezas de familia? ¿Qué renovación  pide de nuestra relación con Dios en esta semana santa?